A finales del 2017, InspiraLab desarrolló, en conjunto con actores oficiales y particulares, una investigación para la identificación de atractivos turísticos comunitarios en Medellín. Su enfoque radicó en explorar todas aquellas prácticas e innovaciones populares o de carácter comunitario que representan la diversidad cultural de la ciudad y que pueden potenciarse para establecer una economía de turismo comunitario que contribuya a la sostenibilidad de los ciudadanos desde sus propias iniciativas. Sin embargo, durante este viaje de exploración, en el que nos sorprendimos de forma constante con la diversidad, creatividad e ingenio que pueden encontrarse en los barrios periféricos e incluso en los corregimientos de la ciudad, también nos enfrentamos con varias preguntas que en su momento no pudimos resolver y al final se dejaron de lado por las implicaciones sociales y políticas que tienen: ¿Qué hacer con el narcoturismo? ¿Pueden articularse los espacios representativos del narcotráfico que hay en la ciudad a una apuesta de turismo comunitario? ¿Qué posición tomar y cómo concebir una práctica turística con lugares que guardan innumerables historias de dolor para las víctimas y despiertan una alta sensibilidad política?

En los últimos años ha sido evidente el creciente número de extranjeros que visitan la ciudad, gran parte de esto se debe a los premios y reconocimientos que ha tenido Medellín por sus apuestas urbanísticas y por sus innovaciones en sectores deprimidos o populares como el Metrocable o las escaleras eléctricas en en el barrio San Javier. Dichas transformaciones han tenido gran acogida, en buena medida porque se asocian con la expresión de una sociedad que ha podido superar décadas de violencia y, especialmente, en una ciudad que vio nacer, crecer y morir a un personaje como Pablo Escobar, el narcotraficante más famoso del mundo. Tal vez, Escobar es el más controvertido personaje de la historia de la ciudad, tanto por el sufrimiento que generó como también por el masivo apoyo social que se ganó a partir del liderazgo y las ayudas que brindó a sectores sociales de bajos recursos.

Precisamente, es la figura controvertida de Pablo Escobar la que vuelve a ser protagonista de una historia, ya no de la violencia o del tráfico de cocaína, sino de su papel en el crecimiento del turismo en Medellín. Aunque sea incómodo o molesto para algunos sectores oficiales o particulares, sin duda el creciente número de extranjeros que visitan la ciudad se debe también a la popularidad que tiene el fundador del siniestro Cartel de Medellín, lo que explica la proliferación de diversos tours que hoy existen sobre él. Algunos de ellos, con una apuesta por dar a conocer las consecuencias negativas de este personaje. Otros, por no decir la gran mayoría (y también de forma clandestina), reproducen el discurso que los turistas quieren escuchar: las hazañas, las aventuras, las excentricidades; en otras palabras, un espectáculo validador de lo que pudieron ver en series como Narcos o en la variedad de documentales y películas que se encuentran sobre Escobar en una plataforma masiva como Netflix.

A propósito de la famosa serie de Netflix, en el mes de octubre de 2016, el excalde de Medellín Sergio Fajardo escribió un artículo en el prestigioso diario New York Times en el que afirmaba:

“El caso de Narcos nos duele, porque volver a representar a Medellín a través de Escobar y su violencia demencial es reabrir una herida que todavía no sana completamente. Preferiríamos que nos reconocieran por el arte de Botero o la música de Juanes o la bicicleta de Mariana Pajón. Y mucho más aún por la historia de cómo Medellín ha ido recuperándose del periodo que retrata Narcos”. (https://www.nytimes.com/es/2016/10/29/medellin-vs-narcos/)

Asimismo, la actual administración ha manifestado que “Medellín no es la que muestra Netflix” y por ello se ha resaltado con insistencia que toda huella del narcotráfico debe desaparecer de la ciudad (En palabras del alcalde de Medellín “Todos esos símbolos de ilegalidad tienen que irse al piso”). El ejemplo más reciente de esto ha sido el edificio Mónaco. Hoy parece ser un hecho que este símbolo del narcotráfico, en el que habitó la familia de Escobar, y dónde estalló una bomba que inició una guerra sin precedentes entre el cartel de Cali y el de Medellín, se derribará para darle paso a un parque que intente “honrar a las víctimas”.

Ante este panorama, vale la pena detenerse y pensar de forma reflexiva si de verdad borrar las huellas de la violencia sea el camino idóneo para dejar de reproducir la imagen de Pablo Escobar como una mercancía turística masiva. ¿Será que la solución está en darle la espalda a todos esos acontecimientos y espacios que recuerdan las consecuencias del narcotráfico? ¿No implican ese tipo de decisiones una política del olvido? Si la historia es el espejo en el que nos podemos ver y aprender de las consecuencias de nuestras decisiones y de lo que nos ha pasado, entonces ¿desde dónde construiremos una pedagogía desde la no repetición de hechos violentos si derrumbamos todo lo que el narcotráfico realizó en la ciudad? ¿Cómo fomentar una cultura turística consciente y reflexiva que no esté vinculada con un consumo masivo de espectáculos y monumentos heroicos a personajes que no nos interesa que se sigan legitimando e imitando por las generaciones futuras? ¿Cómo hacerle contrapeso a los diferentes rutas turísticas que están enfocadas en la venta de un símbolo de la droga y la muerte y que no están orientadas en generar procesos de memoria histórica para la no repetición?

¿Es una cuestión de derribar o de resignificar? Si tomamos la primera vía, basta con desaparecer en todo el espectro del espacio público las huellas del narcotráfico y seguir el camino sin mirar atrás. La segunda, implica siempre tener una mirada hacia adelante pero al mismo tiempo mirando constantemente hacia atrás, pues es mirando de frente al pasado una forma de revisar lo que hemos hecho para poder tomar decisiones y acciones sin fomentar el olvido, y por lo tanto, tener siempre en cuenta a las víctimas en el presente y en las acciones que la ciudad tomará para el futuro.

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